“EL MÉDICO DE LAS SOMBRAS”

“EL MÉDICO DE LAS SOMBRAS”

En un barrio popular de Ciudad de México, entre murales de colores y calles siempre llenas de ruido, vivía el doctor Esteban Morales, un médico jubilado de 79 años al que la gente llamaba el médico de las sombras.

Durante décadas trabajó en hospitales públicos, atendiendo a cientos de pacientes al día. Nunca fue famoso ni rico; su mayor riqueza era el respeto de sus vecinos. Pero al retirarse, vio algo que lo inquietó: en su colonia, muchas familias no podían pagar una consulta, y la enfermedad se escondía en silencio.
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Así que decidió abrir su casa como clínica improvisada. Tenía un botiquín pequeño, un par de estetoscopios viejos y la experiencia de toda una vida. Corría la voz de que, si alguien estaba enfermo, podía tocar su puerta incluso de noche.

—La salud no tiene horario —decía—, y el dolor no espera turnos.

Lo llamaban el médico de las sombras porque muchas veces lo veían caminar por las calles de madrugada, con su maletín gastado, visitando casas humildes. Atendía partos, calmaba fiebres, curaba heridas. Nunca cobraba más que lo que le quisieran dar: a veces una sopa caliente, otras tortillas recién hechas, o simplemente un “gracias” sincero.

Una noche, atendió a un niño llamado Luisito que sufría ataques de asma. La familia no tenía para comprar inhaladores. Esteban buscó en sus contactos, habló con antiguos colegas y consiguió los medicamentos gratis. Desde entonces, Luisito lo seguía a todas partes, llamándolo “abuelo doctor”.

El barrio entero empezó a confiar en él no solo como médico, sino como consejero. Escuchaba a las madres angustiadas, aconsejaba a jóvenes confundidos, acompañaba a los ancianos en sus últimos días. No tenía soluciones mágicas, pero su presencia era medicina en sí misma.

Con el tiempo, algunos estudiantes de medicina se enteraron de su labor y comenzaron a visitarlo. Querían aprender de él, no solo técnicas médicas, sino esa humanidad que parecía desbordarlo. Él los recibía con café de olla y cuadernos llenos de notas.
—Un buen médico no cura cuerpos, cura miedos —les repetía.

Un periodista local escribió un artículo sobre el médico de las sombras. La historia se difundió en redes sociales y llegaron donaciones: estuches de primeros auxilios, medicamentos, hasta un nuevo estetoscopio. Pero Esteban seguía igual, con su maletín viejo y su paso lento, recorriendo el barrio.

Cuando cumplió 79 años, sus fuerzas empezaron a flaquear. Una noche, Luisito —ya adolescente— lo encontró sentado en su silla, respirando con dificultad. El viejo doctor le tomó la mano y le dijo:
—Prométeme que nunca olvidarás que la medicina empieza con escuchar.

Semanas después, Esteban falleció en silencio, sin lujos, en la misma casa donde había curado a tantos.

El día de su funeral, el barrio entero se volcó a las calles. No llevaron coronas costosas, sino velas encendidas y pancartas con frases que él solía decir. Una de ellas se convirtió en su epitafio:

“Un médico no cura solo con pastillas, sino con su presencia.”

Hoy, en la colonia, un pequeño centro de salud comunitario lleva su nombre: Clínica Popular Dr. Esteban Morales. Lo dirigen jóvenes médicos, muchos de ellos antiguos alumnos suyos. Y en la entrada, hay un mural que lo muestra caminando de noche con su maletín, rodeado de estrellas, como recordando que siempre fue el médico de las sombras, cuidando vidas cuando todos dormían.

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