Llevábamos cinco años casados. Todo parecía perfecto. Hasta ese maldito viaje.

Llevábamos cinco años casados. Todo parecía perfecto. Hasta ese maldito viaje.

Habíamos decidido pasar unos días junto al océano. Lo curioso es que fue él quien eligió el hotel. Más adelante descubriría que no fue una decisión inocente.
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La primera noche, un susurro de movimiento me arrancó del sueño. Lo vi, apenas una sombra, deslizándose fuera de nuestra habitación con el sigilo de un ladrón. Medio dormida, confundida, me convencí de que era sólo un sueño extraño.

A la mañana siguiente, le pregunté:

— ¿Cómo dormiste?

Él me sonrió, tranquilo, como si nada:

— Genial. Ni me desperté en toda la noche. ¿Y tú?

Le devolví una sonrisa falsa, fingiendo haber pasado la noche igual de plácida. Pero mi mente era un torbellino.

La noche siguiente yo ya estaba lista. Fingí dormir. Mis ojos clavados en la oscuridad, esperando. Y justo después de la una, volvió a hacerlo: se deslizó fuera de la cama, se calzó en silencio… y salió.

Esa vez lo seguí. El corazón me retumbaba en el pecho como un tambor de guerra. No sabía qué iba a descubrir… pero algo dentro de mí sabía que después, nada volvería a ser igual.

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